5. El Árbol gigante y los Devah – Anima Beyond Fantasy –
Siguieron a Mizuka a través del bosque, corrían llevando a Einar a cuestas para llegar al sitio en el que la chica les había dicho que había visto a la criatura, era algo tan descabellado que apenas la creían.
Cuando llegaron, se quedaron con la boca abierta, primero por el impresionante animal que caminaba frente a ellos, y después, por ver como Rithiam estaba encaramado a su pierna intentando trepar.
Wulffrith dejó a Einar y fue corriendo a donde estaba el, en una de las patas de la tortuga.
-¿Se puede saber que intentas? –Dijo-. ¡Ten cuidado!, podría ser peligrosa.
-No hace nada, es como un corderito –Dijo el niño sonriendo mientras bajaba-. Me he puesto en su camino y me ha esquivado, y cuando he intentado darle unas ramas de comer, se ha acercado y las ha cogido con cuidado, no creo que le hayan llenado mucho -dijo dándose toquecitos en el labio y mirando hacia la tortuga-.
-Te dije que te estuvieras quieto –Le dijo Mizuka-. Podrías haberte hecho daño.
-No ha pasado nada, ahora somos amigos –Dijo muy alegre- ¿Deberíamos ponerle nombre? ¿Nos la vamos a quedar?
-Podríamos utilizarla para viajar –Dijo Ban, que acababa de llegar a donde estaban con Vin detrás de él y Einar en el hombro como un saco-. Tal vez vaya a algún sitio o esté domesticada.
-Está claro que alguien la ha domesticado –Dijo Vin-. Solo hay que mirarla, no creo que la construcción de su espalda sea obra suya.
Decidieron subir a la plataforma. Rithiam y Mizuka, que eran los más agiles treparon por una de las patas de la tortuga, se sacudía y movía bruscamente al caer, pero estaba adornada con cuerdas y telas también en las piernas, así que tenían sitios a los que aferrarse. Después fueron Vin y Wulffrith, y por ultimo Ban, que tras realizar un prodigioso lanzamiento y arrojar a Einar a la cubierta, trepó hasta la plataforma.
Sin embargo, tan pronto pisó la plataforma, oyeron una voz que salía de dentro del camarote:
-¿Qué es todo ese escándalo? –Escucharon-.
Todos se giraron hacia la puerta de madera, que se abrió rápidamente con un leve chirrido de las bisagras. De ella vieron salir a un hombre, aparentemente joven, no debía legar a la treintena, que iba vestido con ropas sencillas y coloridas, y llevaba el pelo tapado con un pañuelo que le llegaba casi hasta las cejas.
Durante un momento miró a los seis de hito en hito, como si buscara algo, pero tan pronto llegó a Einar se agachó para examinarle.
-¿Cuánto tiempo lleva así? –Dijo-.
-Dos o tres días –Respondió Ban-.
-¿Quién eres tú? –Preguntó Vin algo tensa-. ¿Qué sitio es este?
-Soy Wendis –Dijo-, y esto es un bosque, niña.
-No, que qué mundo es este –Dijo ella molesta por la alusión a su edad-.
-Eso no importa –Dijo levantando a Einar del suelo-. Vuestro amigo está grave.
Metió a Einar dentro del camarote, no era muy grande, pero había suficiente espacio para que tres o cuatro personas pudieran entrar dentro sin estar muy apretadas. Había un par de camas apiladas en una litera, una pequeña cocina, dos arcones y unas cuantas estanterías al lado de una pequeña mesa que estaba pegada a la pared.
Tumbó a este sobre la cama de abajo y se dirigió corriendo a las estanterías, donde lleno un mortero con numerosos tipos de hierbas, polvos y líquidos que sacaba pequeños tarros. Una vez pareció que había terminado, cogió un poco con dos dedos y lo froto sobre el corte que tenía en el brazo, que continuaba estando algo verdoso, añadió agua de un odre había sobre la mesa, y le dio de beber el resto del contenido a Einar, al que incorporó con suavidad para obligarle a tragar. A los pocos segundos, la mejora era visible, había dejado de temblar, y su piel recuperaba algo de color.
Dejo a Einar descansando y salió del camarote apartando a todos de su camino.
-¿Y bien? –Dijo girándose-. ¿Qué hacéis aquí, en mi cubierta?
-¿Esto es un barco? –Dijo Wulffrith-.
-Es una tortuga barco, se llama Thrythfreyaethelcaror, y si no andas con ojo, vas a herir sus sentimientos.
-Thrythfe… -Intentó repetir Rithiam sin éxito-.
-…freyaethelcaror –Termino Wendis-.
-Hemos llegado aquí por accidente –Dijo Ban-. No sabemos dónde estamos.
-O como salir –Añadió Wulffrith-.
-Sí, una luz nos tragó y acabamos aquí –Dijo Vin-. Queremos saber cómo volver a Gaïa.
-Bueno, no me corresponde a mí responder a esas preguntas –Dijo Wendis-. Pero mañana por la tarde llegaremos a casa, allí si os podrán responder.
-¿A casa? –Pregunto Vin-. ¿Es una ciudad? ¿Un pueblo?
-Si, podría decirse que si –Respondió-.
-¿Cómo se llama? –Pregunto Wulffrith-.
-No tiene nombre –Dijo EL extraño marinero-.
-¿Cómo que no tiene nombre? –Espetó Rithiam-. Todo tiene nombre.
-Es nuestra casa, nuestro hogar- Dijo encorvándose un poco para mirar al niño-. No hace falta que la llamemos de ningún modo.
Tras unas escuetas presentaciones, y unas aún más escuetas explicaciones, Wendis le dio a cada uno una sencilla hamaca de lona y cuerda, para que la ataran a las barandas del barco y durmieran ahí por la noche.
Empezaron a atarlas, Vin y Wulffrith tenían dificultades, así que Ban les ayudó, y Mizuka aprovechó un momento a solas con Rithiam para hacerle una pregunta que llevaba tiempo rondándole la cabeza.
-Rithiam, ven un momento –Le dijo Mizuka apartándose un poco y bajando la voz-.
El chico siguió a la joven uno cuantos metros, hasta que quedaron ocultos de los ojos de los demás.
-Quería preguntarte una cosa –Dijo agachándose para ponerse a su altura-. Muy poca gente es capaz de seguirme el ritmo yendo en sigilo como lo hiciste tu antes, y mucho menos un niño –Rithiam puso un pequeña mueca por que le llamaran niño- así que algo tienes que tener de especial, no debes de ser un chico normal y corriente ¿Me equivoco?
-Es por el Némesis –Dijo Rithiam, haciendo un gesto con la mano como dando a entender que no era para tanto-. Es… como una energía espiritual parecida al ki, una especie de energía que surge del alma, como un poder que da unas habilidades distintas al ki.
-¿Y cómo sabes tanto de eso? ¿Cómo es que lo controlas?
-Ya… bueno, la verdad es que es muy raro, no hay mucha gente que lo pueda usar, aunque creo que Wulffrith también puede. Por suerte un anciano de mi aldea me lo enseñó cuando me paso lo del brazo –Dijo levantando el brazo derecho, cuya mano iba siempre enguantada-.
-¿Qué te pasa en el brazo? –Preguntó Mizuka extrañada-.
-Mira –Dijo quitándose el guante y subiéndose la manga-.
Lo que vio dejo a Mizuka sin aliento durante un segundo, era como si todo el brazo de Rithiam, del hombro hasta abajo, estuviera desprovisto de piel, las fibras musculares estaban extrañamente colocadas formando surcos bastante pronunciados, y en algunos puntos estas fibras saltaban varios centímetros hasta volver a embutirse entre el resto del brazo, algunas de estas fibras tenían un ligero tono rojizo, casi resplandeciente, que contrastaba con el color negro y ceniza que tenía el resto. Toda la extremidad tenía una forma bastante irregular, especialmente en torno al antebrazo, que daba la sensación que era de donde surgían las fibras rojizas. En el hombro, el extraño brazo daba paso a la tostada piel del chico en apenas un par de centímetros, como si fuera el borde de una herida.
-Me ocurrió cuando tenía siete años –Dijo Levantando los cinco dedos de una mano y tres de otra-. Estaba en mi casa, con mi madre, ella se fue a por algo de leña para el fuego y comida, y yo aproveche para curiosear entre las cosas que dejo mi padre. En el fondo de su baúl, el que mama nunca me dejaba tocar, había una cajita. Cuando la abrí, solo pude ver durante un segundo como algo saltaba hacia mí, solo me dio tiempo a taparme la cara con el brazo. Lo siguiente que recuerdo es que me dolía mucho el brazo, muchísimo, como aquella vez que metí sin querer el dedo en el cazo del agua hirviendo, pero por tooodo el brazo –dijo haciendo un gesto con la otra mano que abarcaba del hombro a la mano- estuve semanas gritando y llorando, por suerte un anciano de mi pueblo me ayudó a controlar el dolor con el Némesis.
-Impresionante –Fue todo lo que Mizuka pudo decir-.
-Si bueno, aunque también tiene su parte mala, a veces, no controlo el brazo, lo que sea que sea esta cosa, a veces no me hace caso. Más de una vez ha cogido cosas que no son mías, ni suyas claro, luego yo me llevo las culpas.
Mizuka quedó sorprendida, ese chico soportaba una gran carga al igual que ella con sus dagas, y de inmediato sintió una tremenda simpatía por el niño que había corrido una suerte tan parecida a la suya.
-Bueno, algún día averiguaremos lo que te pasó, tal vez podamos arreglarlo.
-No pasa nada, cuando mi padre vuelva seguro que sabe qué hacer, se fue a una misión hace ya mucho -dijo henchido de orgullo-, tiene que estar ya de vuelta, además, no esta tan mal.
En ese momento salió Wendis del camarote, llevaba una cazuela humeante y unos cuantos tazones en una bandeja de madera. Se sentó en medio de la cubierta, tras el camarote, donde había más espacio, encendió una pequeña lámpara de aceite y comenzó a servir lo que parecía alguna clase de carne estofada en los tazones.
Cenaron, aunque casi no hablaron, Wendis ya había dicho que no podía contestar a sus preguntas, y tras unas horas, hasta el constante temblor provocado por los gigantescos pasos de la tortuga, se convirtió en algo apenas perceptible.
Su transporte era capaz de llegar solo a su destino, así que cada uno se tumbó en su hamaca y se dispusieron a dormir en lo más parecido a una cama que habían visto en varios días.
Aunque la noche fue algo movida, pudieron dormir bastante bien, pero no tenían techo que les protegiera, así que poco después de salir el sol, se despertaron.
Delante de ellos, en la dirección en la que caminaba la tortuga, pudieron ver una espectacular muestra de lo que la naturaleza era capaz de hacer en ese bosque. Frente a ellos, a pocos kilómetros, sobresaliendo por mucho del resto del bosque, se alzaba un árbol inmenso, diez veces más alto que cualquiera de los que le rodeaba, y con un tronco grueso como un edificio.
Era su destino, el hogar de Wendis, aquel pueblo que no necesitaba nombre.
Tras unos cuantos minutos, los arboles entre los que avanzaban se volvieron más altos, y el bosque más frondoso. Dejó de verse el cielo abierto, todo se volvió un poco más lúgubre. Sin embargo, la foresta dejaba un camino los bastante amplio como para que la tortuga-barco cupiera y pudiera avanzar. Los arboles formaban un túnel que les llevaba directamente al pueblo y a aquel gran árbol, Wendis ya les había dicho que faltaba poco para llegar a la entrada.
Al final del túnel, dos árboles que habían crecido entrelazados, formando un gigantesco y solido arco, anunciaban la entrada al pueblo. Quedaron impresionados por la belleza de lo que había ahí. Había un claro de docenas de hectáreas, rodeando el gigantesco árbol formando un círculo rodeado por el resto del bosque, y con las ramas del gigantesco árbol formando una cúpula inmensa que cubría la totalidad del claro. Si el túnel había sido algo oscuro y tenebroso, todo lo que veían estaba iluminado por el tono ligeramente verdoso de la luz que se filtraba entre las hojas de la cúpula. No veían un solo ladrillo en todo el pueblo, muchos de los edificios estaban construidos en árboles que había diseminados por doquier, ya fuera sobre ellos, o al abrigo de sus pies, y otros muchos estaban construidos solamente con madera, manteniendo en la mayoría de ellos la corteza y las formas naturales de la propia madera.
Había muchas personas, en puestos donde parecía exhibir comida de muchos tipos, gente tejiendo o curtiendo pieles, o simplemente hablando, incluso al fondo parecía distinguirse el humo y el ruido de una forja.
Wendis guio a la tortuga hacia la derecha, cerca de la entrada, donde había una especie de cerca construida con grandes troncos en la que había más tortugas como en la que iban de distintos tamaños y tonalidades. Entró al camarote y salió con una escalera de cuerda que ató a la barandilla para que pudieran bajar.
Uno por uno fueron bajando, cargando con cuidado a Einar, que aunque mejor, aún no había despertado. Una vez abajo, una persona ataviada con ropas sencillas, pero con una cota de cuero les detuvo.
-¿Quiénes sois? –Preguntó-. ¿Por qué les has traído aquí Wendis?
Al principio les sorprendió aquel hombre por su pelo, era de un color azul pálido que no habían visto nunca, pero una vez apartaron la vista de su pelo se dieron cuenta de lo que era realmente extraño, ese hombre tenía un tercer ojo en la frente, que se abría horizontal entre las cejas, justo encima.
Todos se quedaron mudos de la impresión, no sabían que le pasaba a aquel hombre, que claramente no era humano, o no un humano al uso, desde luego. Entonces llegó Wendis, se acercó al primer hombre y le puso una mano en el hombro para tranquilizarle.
-No te preocupes, me los encontré en el bosque, uno de ellos había sido envenenado, creo que acaban de llegar, deberíamos llevarles ante el consejo –Dijo quitándose la bandana de la frente, momento en el que dejo ver que él también tenía un ojo en la frente.
-¿Esta muy grave su amigo?
-Está mejor, ya le he tratado, debería recuperarse pronto –Respondió-.
-¿Qu..que sois? –Preguntó Vin con duda-.
Por un instante los dos hombres se miraron extrañados entre ellos, entonces Wendis levantó la cabeza, como dándose cuenta de algo, y se giró hacia ellos riéndose.
-Ah, no os preocupéis ¿Lo decís por esto, no? –Dijo señalándose a la frente-. Somos Devah, ¿no habíais visto nunca a uno de los nuestros? –Preguntó con algo de tristeza-.
– No, nunca había visto a nadie como vosotros –Dijo Wulffrith-.
Fijándose a su alrededor, pudieron ver que todas las personas que había allí compartían rasgos con ellos, el ojo en la frente, y muchos de ellos tenían el pelo de colores extraños como el azul o el verde. Algunos de los que pasaban cerca les miraban de refilón extrañados.
Les guiaron a través del poblado hasta la base del gran árbol, donde había una entrada como una grieta gigante que no sabían si era natural o había sido tallada, y que llevaba al interior del árbol, a ambos lados, había un guardia custodiándola.
-Deberíamos llevar al enfermo para que le atendieran en condiciones –Dijo el hombre de la cota de cuero-.
-¿Algo que decir sobre mis dotes de medicina? –Le recriminó Wendis sonriendo-.
-No, pero nunca se es lo bastante cuidadoso con los venenos de aquí.
-Tienes razón, llevémosle, solo por si acaso, permitidnos llevar a vuestro amigo con nuestros médicos para que le examinen. Lo cuidaré como si fuera mi hermano, os lo prometo –Añadió al ver que dudaban-.
-A mí nunca me has cuidado –Dijo el tipo de la cota de cuero mientras se alejaban, cargando entre los dos con Einar-.
Los guardias les dejaron pasar, descubriéndose ante ellos una escalera de caracol que empezaron a subir y que parecía discurrir por el interior del árbol.
-¿Qué deberíamos hacer? –Preguntó Vin-.
-No lo sé –Respondió Ban-. De momento parecen amigables.
-Sí, pero no nos fiemos del todo –Dijo Wulffrith-. Estad atentos a todo.
Al final de las escaleras había una pequeña sala, con dos guardias más, vestidos con armaduras de cuero teñidas y muy vistosas, que llevaban una lanza en la mano y una espada al cinto. Guardaban una puerta, prácticamente lo único que había en esa pequeña sala, medía unos tres metros, y estaba compuesta por dos hojas que estaban hechas con un mosaico muy elaborado, formado por piezas de maderas de diversos tipos y colores, que representaba una especia de bosque.
Sin decir nada, los guardias les abrieron las puertas, dejándoles paso a una sala vagamente iluminada, pero que se veía era amplia, y en la que había varias personas sentadas en sillas de respaldo alto.
Se acercaron al centro, donde había un círculo que estaba más iluminado que el resto, por algo de luz que entraba desde el techo. Cuando llegaron al centro del haz de luz, oyeron como unas telas se descolgaban y caían, y al mirar hacia arriba, vieron como el techo estaba construido en realidad con las ramas entrelazadas del árbol, y la luz se filtraba con abundancia entre las hojas, había una cantidad innumerable de telas de muy diversos clores cayendo como banderines, que eran las que hasta hace unos instantes debían estar colocadas para cubrir la sala de la luz del sol.
La sala era amplia como el salón real de un palacio, y estaba decorada únicamente con las telas que caían del techo. No muy lejos de donde se encontraban se encontraban dispuestas enarco cinco sillas, separadas unos cuantos metros entre ellas, con una persona en cada silla, eran Devah, tenían el ojo en la frente, y si bien su pelo estaba ya algo apagado, era de colores parecidos a los que habían visto por el pueblo, no estaban familiarizados con el aspecto de esa gente, pero parecían ser bastante mayores que los que habían visto hasta entonces
-Bienvenidos –Dijo la que había en medio. Tenía el rosto delgado y enmarcado por mechones de pelo violeta pálido-. Me han dicho que habéis llegado hace pocos días, y que no sabéis donde estáis ni que hacéis aquí.
Su voz era dulce y cálida, y de inmediato les reconfortó la sensación de que estaban en un sitio agradable bañado por la tibia luz del sol.
-Estáis en lo que nosotros llamamos en su momento el mundo de Rah –Comenzó a decir la anciana-. En su día, cuando inició su guerra, nosotros los Devah fuimos los que más nos opusimos. No somos una raza de guerreros, pero poseemos poderes que habrían sido una gran molestia para él. Así que nos encerró aquí, en un mundo que el mismo creo, una prisión. No sabemos si llego a atrapar a toda nuestra especie, nuestros abuelos fueron quienes nos contaron como pasó todo.
-¿Rah? –Pregunto Vin-. ¿Estás hablando de la guerra de Dios?
-Eso fue hace ochocientos años –Dijo Ban-. Antes de que Rah activara La Máquina.
-Así es, hemos estado aquí desde entonces, este mundo se ha convertido en nuestro hogar.
-¿Pero hay forma de salir? –Dijo Wulffrith-. Queremos volver a Gaïa, y aun tengo asuntos pendientes allí.
-No lo sabemos, hace mucho que dejamos de buscar la forma, como he dicho, este ahora es nuestro hogar, aquí prosperamos felices –dijo haciendo un amplio gesto con la mano que abarcaba toda la sala-. Sin embargo, si hay alguna forma, debe estar en la isla que hay en el centro del continente.
Hizo un gesto con la mano, y una de las telas que había aun enrolladas en el techo, se descolgó mostrando un tapiz en el que había representado un mapa, un continente con bosques, montañas y ríos, y en el centro una pequeña isla con un puente dibujada.
-Ahí es donde debéis ir, está a unos cuantos días, tal vez obtengáis respuestas –la anciana se incorporó con algo de esfuerzo y extendió los brazos hacia ellos-. Podéis pasar aquí la noche, y mañana partir, pero es peligroso que vayáis por ahí solos, así que tomad esto.
Alzo uno de los brazos delante del otro, quedando el de atrás cubierto por los pliegues de su ropa, y cuando lo retiró, tenía en su mano, una caja de madera de color claro poco más grande que un melón.
Abrió la caja y saco un brazalete de metal, con dos correas de cuero, con toda la parte adornada y grabada con motivos geométricos hechos con una especie de material verde pulido como el cristal.
-Wulffrith –Dijo, y todos se quedaron un segundo pensando en que ninguno había dicho su nombre-. Acercarte.
Wulffrith avanzó con decisión, hasta situarse a un par de pasos de ella.
-Extiende el brazo –le pidió-.
El alzó el brazo, la anciana le colocó el brazalete y abrochó las correas firmemente en torno a su antebrazo. Flexionó los dedos y la muñeca para acostumbrarse a su forma, era bastante pesado para su tamaño.
-Intenta enarbolarlo como si fuera tu escudo, levanta el brazo para protegerte –le dijo con una sonrisa-.
Wulffrith dio medio paso atrás, dejando una pierna por detrás de la otra, en posición de defensa, y alzo el brazo en el que lo tenía. Antes de haber terminado el gesto, noto una leve sacudida en el brazo, y del brazalete de separaron cuatro piezas, eran las partes de un disco metálico que se separaron para dejar paso a una capa verde sólida que se estaba creando a su paso. Cuando terminó de levantar el brazo, tenía un escudo poco más grande que su rodela, que nacía del brazalete y estaba hecho de un material verde y semitransparente. Probó a tocarlo con la otra mano, y pudo ver que era sólido.
-El escudo acudirá cuando se lo pidas o lo necesites –Le dijo la anciana Devah-. Está preparado para detener cosas que tus manos no podrían tocar. Asegúrate de usarlo para defender a tus acompañantes.
Hizo un gesto con la mano invitándole a que se retirara, y se dirigió junto al resto de sus compañeros, aun observando atentamente su antebrazo.
-Vin, acércate –Dijo esta vez-.
La chica se acercó y se quedó frente a la otra mujer manteniendo una pose muy formal.
-Toma –Y sacó de la caja una vara de madera, de unos treinta centímetros, se mirara por donde se mirara, no podía haber cabido en esa caja, el color de esta era muy claro, y las betas eran asombrosamente finas y discretas, tenían una cuerda de aspecto muy suave enrollada, y en uno de los extremos, tenían un pequeño cristal incrustado, poco más grande que un pulgar, aunque más que incrustada parecía que la madera la había abrazado y había crecido a su alrededor.
Vin alargó la mano, con una expresión ligeramente ávida en sus ojos y tomó la vara entre sus manos.
-Te ayudará a hacer tus hechizos más rápidos, y con ella podrás lanzar más.
-Lo sé, puedo sentirlo –Dijo ella mientras se daba la vuelta para regresar-. Muchas gracias.
-Pequeño, acércate –Dijo mirando a Rithiam y agachándose-.
Rithiam fue a paso ligero, hasta ponerse muy cerca de la anciana, esta alargo el brazo y cogió al niño por el brazo derecho, palpándolo a través de la ropa.
-Oh, pequeño –Dijo con cara de profunda pena-. ¿Qué te pasó?
-No lo sé –Dijo el, arrugando el entrecejo-. Pero ya me he acostumbrado, no pasa nada.
Esta volvió a meter la mano en la caja, y saco de ella un pequeño pedazo de tela, poco más grande que un pañuelo y de color gris sucio, como un trapo viejo. Lo sacudió en el aire, como si intentara quitarle el polvo, pero en vez de caer polvo, el pañuelo crecía con cada sacudida. Tras unos instantes la colocó sobre los hombros de Rithiam, la cerró en torno a su cuello con un pequeño broche de plata. Paso las manos por sus hombros, como si comprobara que se ajustara a él, y tiro de la parte de arriba para sacar una pequeña capucha que ciñó a la cabeza del niño, era una capa que le llegaba hasta la cintura.
-Todo gran aventurero tiene que tener una capa para protegerse del frío y la lluvia –Dijo alborotándole el pelo-. Y esta es muy especial, si te fijas, por dentro tiene muchos bolsillitos que te ayudaran a esconder tus diabluras, también podrás cambiarle un poco la forma y el color a voluntad para poder esconderte si hay problemas.
Dicho esto, Rithiam cogió la capa de los bordes y la estiro hasta que llego casi a sus tobillos, y el color se oscureció hasta ser casi negro. No cabía en sí de la emoción, tenía una capa mágica como la de sus cuentos, y la sonrisa le llegaba de oreja a oreja.
Sacó un cuerno de la caja, tenía la boquilla de oro, y estaba grabado por toda la superficie con formas de hojas.
-Si alguna vez estáis en apuros de verdad, toca este cuerno Rithiam, y la ayuda acudirá.
Rithiam lo cogió y le dio vueltas entre sus manos.
-¡Muchas gracias! Dijo el chiquillo, se dio la vuelta y volvió al lado de Wulffrith dando saltitos-.
-Acércate –Dijo incorporándose de nuevo-. Mizuka.
La joven se acercó con pasos decididos y elegantes, miro a los ojos de la persona que tenía enfrente y lazó una sonrisa tímida.
Volvió a meter la mano, y saco otra cosa, rompiendo las leyes de toda lógica, la caja no era tan grande como para contener todo lo que había sacado ya de ella.
Esta vez saco otra especie de prenda de ropa, era un abrigo, una especie de gabardina larga, con el cuello vuelto, botones en el pecho y en los puños, la tela era m uy fina, y de color marrón oscuro, con bordados y encajes que recorrían los laterales. Se lo ofreció a Mizuka y esta se lo puso y abrochó, le sentaba muy bien, era cómodo y elegante.
-Toma esto –Dijo de pronto la anciana lanzándole una manzana y riendo entre dientes-.
Mizuka extendió las manos para atraparla, pero en el momento en el que debería haber aterrizado en su mano, la manzana atravesó su mano cayendo y pasando también a través de una de sus piernas.
-¿Qué ha pasado? –Dijo ella desconcertada-.
-Nada malo –Respondió-. Mientras tengas esa prenda puesta serás etérea, intangible, y podrás atravesar cosas sólidas, pero ten cuidado con los otros seres incorpóreos y las protecciones mágicas, eso si te detendrá.
Mizuka se desabrochó el abrigo, se lo quitó y lo sostuvo colgando de una mano.
-Muchas gracias –Dijo haciendo una leve inclinación de cabeza, y se alejó comiéndose la manzana que había recogido del suelo-.
-Y Ban, ven aquí.
Ban se acercó a la anciana, cruzándose con Mizuka en el camino, se plantó en el centro de la sala, frente a la anciana.
Esta saco de la caja un arco corto, del mismo tamaño que usaba él. No estaba hecho de una única pieza de madera como los arcos comunes, y parecía muy basto, como si no hubiera trabajo mucho la madera. Constaba de una especie de rama partida en dos, unidas entre ellas por un complejo mago construido con trozos de madera más tallada y cuerda, era un galimatías de cuerdas y madera, pero era extrañamente bonito en conjunto, como una obra de arte que no entiendes pero que aun así te gusta.
-Es un arco muy útil –Comenzó a decir-. Las flechas que se disparen con él se empaparan en su magia, cubriéndolas de un aura que las hará más poderosas, y haciendo que algunas de ellas acudan a ti tras dispararlas.
-Muchas gracias –Dijo inclinándose y alzando el arco por encima de su cabeza-.
Volvió a su sitio, con el resto del grupo, y la anciana permaneció inmóvil, mirándoles.
-No es por parecer maleducada, o una desagradecida –Comenzó a decir Vin-. Pero… ¿Porque todo esto, porque nos ayudáis y nos dais estos objetos?
-Por que esperamos que vosotros nos ayudéis a nosotros –Contestó-. No somos una raza de guerreros, no tenemos lo necesario para salir de aquí, y esperamos que vosotros triunféis donde nosotros no pudimos.
Ilustración: Einar Egil por @DraveCroft