8. El árbol y la gema
De no ser por la brújula, se lo habrían pasado de largo, en medio de la espesura del bosque, oculto entre la maleza, había un agujero que se adentraba en la profundidad. No parecía algo excavado artificial, debía haber surgido naturalmente, sea como fuere, la brújula apuntaba ahí dentro, a aquello que buscaban.
Utilizaron la cuerda que les quedaba para descolgarse por el agujero, y poco a poco fueron adentrándose en la oscuridad.
Abajo el suelo era de piedra firme, y el eco de sus pasos resonaba por lo que parecía una cueva, En una dirección, a lo lejos, veían una pequeña luz, y oían algo de agua corriente, el aire se sentía denso y viciado, era agobiante estar ahí dentro.
Tras unos largos minutos marchando en la oscuridad, guiados por Ban y Einar, llegaron a un oasis de belleza situado en aquella cueva, las una ligera subida, la oscuridad y el agobio de la cueva daba lugar una sala amplia, otra caverna, totalmente iluminada, aunque no había salidas al exterior, ni antorchas, en uno de cuyos lados discurría un pequeño arroyo. En el centro, crecía un imponente árbol, un sauce, con aspecto de ser muy antiguo, con unas ramas casi acariciaban el suelo.
-Es extraño –Dijo Vin-. Esta luz no parece venir de ninguna magia.
-Parece que son las propias paredes –Dijo Wulffrith rascando en la piedra con la uña-. Hay alguna clase sustancia brillante en ellas ¿Alguna clase de moho?
-Puede ser –Contesto Einar-. En Gaïa hay plantas y animales que emiten luz propia, no sería raro. ¿Sabemos a dónde ir? ¿Indica algo la brújula?
-Que va –Dijo Rithiam agitando el trozo de madera-. No funciona.
Comenzaron a inspeccionar la sala, era bastante grande, y se separaron para hacerlo.
Ban y Wulffrith recorrían las paredes, mientras que Mizuka y Rithiam buscaban algo en el riachuelo, y Vin buscaba algún rastro de magia en el ambiente.
Einar se acercó al árbol, paso entre sus ramas hasta llegar al tronco y se agachó tantear la tierra alrededor del tronco, aunque no parecía removida.
Escarbó un poco entre las raíces, y cuando se apoyó en el tronco para levantarse, algo le hizo detenerse, en la palma de la mano, que tenía pegada contra la corteza del árbol, sintió una ligera pulsación.
Se levantó extrañado. – ¿Que narices ha sido eso?-. Pensó
Sacó un cuchillo de su bolsa, y lo clavo en el árbol, para ver que había de extraño en él. Al instante, una gota de sabia comenzó a caer por el tronco del árbol.
-¿Me lo habré imaginado? –Murmuró para sí mismo-.
Pero no tuvo tiempo para nada, mas, porque de pronto, del suelo surgieron unas prolongaciones que aferraron sus pies y comenzaron a trepar por sus piernas, hasta su torso, comenzando a inmovilizar hasta sus brazos.
-¡Ayuda! –Exclamó buscando a sus compañeros, solo para darse cuenta de que no podían ayudarle, Ban y Wulffrith estaban prácticamente inmovilizados también, Mizuka saltaba corría y saltaba frenéticamente para ponerse a salvo, y Vin y Rithiam se encontraban lo bastante lejos como para estar fuera del alcance de aquellas cosas, pero también demasiado lejos como para ayudar.
Einar intentaba liberarse con todas sus fuerzas, de lo que ahora parecían alguna clase de prolongaciones leñosas, como raíces, que le seguían atrapando y apretando cada vez más. Apenas se podía mover para cortar una o dos de aquellas raíces, y por cada una que cortaba, dos más surgían del suelo y le atrapaban más
Wulffrith luchaba con todas sus fuerzas, casi le habían cogido por sorpresa, perol había tenido tiempo de desenvainar su katana, y con ella imbuida en fuego, aquellas raíces no eran un problema tan grande como para Einar. Eran claramente raíces, y el fuego las destruía con bastante facilidad.
Logró zafarse de las ataduras, y corrió para ayudar a Einar, que estaba siendo estrangulado como si estuviera rodeado de serpientes, a punto ya de desvanecerse, consiguió liberarle de aquella maraña y llevarle a salvo, al tiempo que Mizuka ayudaba a Ban a liberarse también.
Se alejaron hasta donde estaban Rithiam y Vin, ya que parecía un lugar seguro.
Las raíces serpentearon hacia atrás y volvieron a meterse en el suelo, el árbol comenzó a sacudirse de un lado a otro, como si un terrible huracán lo azotara, y sus ramas restallaban como látigos, aunque no había un ápice de viento en aquella cueva extrañamente iluminada.
-¿Qué es esa cosa? -Preguntó Mizuka-.
-No lo sé –Contestó Wulffrith-. Pero me apuesto un trago a que está relacionado con lo que sea que estamos buscando.
De pronto el tronco y la copa del árbol se sacudieron hacia ellos, y una lluvia de estacas de madera como lanzas salió volando hacia ellos.
Se cubrieron como pudieron, pero a escasa distancia de ellos las estacas golpearon contra algo en el aire y rebotaron como si hubieran chocado con una pared. Un destello en el aire revelo una capa de luz que había repelido el ataque. Vin se encontraba tras ellos, con las manos alzadas y rodeadas de un leve resplandor azul.
-No voy a poder hacer esto todo el día –Dijo bajando los brazos-.
-No hará falta –Dijo Mizuka-.
Acto seguido cogió una de sus dagas, la lanzó contra el tronco del árbol, y a medio camino, se desvaneció y reapareció donde había lanzado la daga, donde la cogió en el aire y comenzó a correr entre las ramas cortando cuantas veía.
-¿Desde cuándo puede hacer eso? –Pregunto Einar-.
-No lo sé –Dijo Wulffrith-. Pero debemos ayudarla.
Einar y Wulffrith corrieron enarbolando sus espadas, y Ban comenzó a disparar, aunque sin saber muy bien a qué.
Mizuka, Wulffrith y Einar danzaban bajo el árbol, cortando ramas y atacando al árbol, a veces esquivando ataques y a veces defendidos por los escudos de Vin, y aun así, con numerosos cortes finísimos por el cuerpo y marcas de verdugones provocadas por los latigazos que daban las ramas por todas partes, luchaban a brazo partido, en un baile frenético por aquello que guardara el árbol.
No sabían si estaban consiguiendo algo, seguían cortando las ramas que pasaban entre ellos como látigos, y el tronco estaba lleno de tajos y quemaduras, y pese a ello seguía moviéndose y atacando con la misma energía que al principio.
Pero un crujido anunció el próximo movimiento de aquel extraño árbol. Este comenzó a inclinarse hacia atrás, como si tomara impulso, y la tremenda masa que lo formaba, una amalgama de madera, ramas y hojas se lanzó contra ellos, igual que si lo hubiesen talado y se cayera.
Mientras caía, lanzó una salva de estacas contra el grupo, Einar, Mizuka y Wulffrith pudieron rodar y esquivar la avalancha de madera que se les venía encima. Ban, Rithiam y Vin se encontraban más lejos, se apartaron, tratando de cubrirse con cualquier cosa, y Vin, exhausta, levantó una vez más un escudo para protegerse, oyó los proyectiles chocar contra la barrera, rebotar y resquebrajarla. El escudo se destruyó con un sonoro estruendo, como el tañido de una campana. Vin salió despedida hacia atrás, todo el aire se le escapó de los pulmones con el golpe, le daba vueltas la cabeza y solo oía un pitido amortiguado.
-¿Estáis bien? –Dijo, o eso creía ya que apenas podía escucharse a sí misma-.
Se extrañó, Rithiam la miraba y parecía asustado, y Ban corría hacia ella, aún estaba tirada en el suelo, e intentaba incorporarse, pero por alguna razón estaba muy débil.
Ban se lanzó hacia ella, y le sostuvo la cabeza con un brazo, mientras que el otro brazo bajaba hacia su torso, y algo empezó a quemarla.
Miro hacia abajo, una de aquellas estacas le había atravesado el hombro izquierdo, otra el costado derecho, y su ropa, comenzaba a cubrirse de un tapiz carmesí que se iba agrandando desde aquellos dos puntos.
Sintió el dolor, quería gritar, pero todo era negro.
-Vin, Vini, pequeña, solo era una pesadilla –Dijo la hermana Brace tranquilizándola-.
-¿Ocurre algo Dinand?
-No, hermana Redmi –Contestó la hermana Brace-. Solo es que la pequeña tenía una pesadilla.
-Este invierno esta siendo muy frio, normal que no pueda dormir bien.
Vin siempre había vivido en el convento, con sus hermanas y todas sus madres, con el tiempo había aprendido a dejar de preguntar por qué no tenía padre o cosas así, allí estaba toda la familia que necesitaba.
Era una niña feliz, ayudaba con las tareas junto a las demás, y de vez en cuando salía cuando hacia falta ir a comprar algo, el pueblo estaba a menos de una hora paseando, y siempre disfrutaba cuando le dejaban ir.
-¡Rapido! ¡Hay que tapar la herida! –Gritaba Einar-. Eh, ha abierto los ojos, aún está consciente.
Pero todo volvió a ser oscuridad.
EL invierno ya casi había pasado, la nieve ya se estaba derritiendo y algunos árboles empezaban a tener brotes verdes.
Vin había ido con la hermana Brace al pueblo esa mañana, necesitaban azúcar, reparar algunas herramientas y comprar semillas para cuando el huerto dejara de estar helado.
Anduvieron todo el camino cantando y recogiendo flores para secarlas y decorar su cuarto, y al primer sitio al que llegaron fue a la granja de Seb, que estaba a las afueras del pueblo. El y la hermana Brace estuvieron charlando un rato, de cosas a las que Vin no hizo caso, ya que estaba muy ocupada jugando con las hijas de Seb.
-¿Qué vamos a plantar este año? –Preguntó Vin alegremente-.
-Patatas, zanahorias, lechuga, cebollas… lo de siempre –Dijo sopesando las bolsitas con semillas-.
El convento vivía de la caridad y las donaciones, y en buena parte de lo que producían, lo que cultivaban, la miel de los panales, cosían ropa para algunos mercaderes, y de vez en cuando tenían encargos para copiar algún libro.
Entraron en el pueblo y comenzaron a caminar hacia el taller. Era un sitio pequeño, más un almacén que otra cosa, que tenía una pequeña fragua al lado, y cumplía su función en el pueblo como herrería y taller.
-Espérame aquí fuera Vin, no tardare mucho.
A Vin no solían dejarla entrar allí, decían que era un sitio algo peligroso y bastante sucio, así que se quedaba cerca de la puerta viendo pasar a la gente.
Esa vez hizo igual, se sentó a mirar las personas que pasaban por ahí, gente trabajando, vendiendo, o paseando simplemente.
Y en ello estaba, en mirar a la gente, cuando de pronto sintió algo extraño. Ella podía hacer cosas extraordinarias, milagros, según le habían dicho sus hermanas, cosas relacionadas con la luz, y sentía estos milagros como una energía indescriptible, algo cálido y radiante, nunca lo había visto ni sentido en ningún lugar o persona. Sin embargo, un poco más adelante, pasando un pequeño callejón, podía sentir algo parecido, no era luz, se parecía, pero no.
Era como el fuego, cálido, poderoso, pero también lo sentía desesperado, como un vela metida en un vaso boca abajo.
Así que comenzó a andar, cruzo la avenida en la que estaba situado el taller, y se metió por el callejón. Andaba despacio, sentía la presencia de aquel fuego a la vuelta de la esquina, estaba emocionada y asustada, y no sabía que esperaba encontrar.
Y desde luego lo que encontró no era lo que esperaba, tirado en el callejón, apoyado contra la pared y medio cubierto tras una caja de madera había un hombre inconsciente, parecía haberse desmayado mientras se sujetaba el abdomen, donde tenía una enorme mancha de sangre.
Vin fue corriendo hacia él, casi podía sentir la agonía de aquel hombre. Puso las manos cerca de la herida, se concentró, y comenzó a usar su poder para sanarle.
Tras apenas unos segundos, el hombre se despertó sobresaltado, se levantó de un salto y se alejó de la niña un par de pasos inconscientemente, con las manos levantadas como si fuera a pelear, manos, que según pudo ver Vin, parecían estar cubiertas por fuego. Era un hombre alto y desgarbado, era muy joven, apenas tendría veinte años, y llevaba el pelo hasta los hombros, de color cobrizo, enmarcando su cara, con los ojos azules como el zafiro.
El hombre se tranquilizó al ver a la niña, pero se acercó a ella con una cierta ansiedad.
-¿Tú has hecho esto? ¿Me has curado? –Preguntó agarrándola del brazo-. ¿Eres maga?
-Sí, he sido yo… –Dijo la niña algo asustada-. Pero… ¿Magia? No, yo…
-Que no te cuenten cuentos niña, eso es magia, eres una maga, como yo, pero has elegido un mal momento y lugar para serlo.
-¿Qué? Yo…
-Fue la inquisición la que me hizo esto, me están buscando, y a ti si descubren que hay una maga aquí, reducirán todo el pueblo a cenizas si hace falta para encontrarte, así que vete, escóndete, y no uses tus poderes.
Acto seguido, se dio media vuelta y salió corriendo, con la ropa un mancha de sangre, pero sano ahora. Vin tardo unos segundos en reaccionar, y entonces salió corriendo, volvió a la puerta del taller y se sentó jadeando, a intentar tranquilizarse.
La hermana Brace salió pasados unos minutos, y Vin se lanzó contra sus faldas.
-Vámonos ya por favor –Casi suplicó la niña-.
-¿Por qué? ¿Si siempre te gusta venir aquí? –Contesto lamentándose-.
-No me encuentro muy bien… -Murmuró entre sus brazos-.
-Vale, pues hacemos el último recado y nos vamos, no te preocupes.
-Está bien… -Dijo resignándose-.
Fueron a paso ligero hasta la panadería, para comprar unas libras de azúcar, y Vin una vez más se quedó esperando fuera, mirando a todos lados, algo asustada, sin saber que buscar.
Pasaron unos minutos, y la hermana Brace salió de la tienda, arrodillándose ante la niña.
-Felicidades pequeña –Dijo sacando un pequeño pastelito de chocolate-. Ya tienes doce años.
Se despertó con una fortísima inspiración ahogada, Einar, que se encontraba con los brazos y parte de la cara cubiertos de sangre, acababa de sacar la estaca que tenía clavada en el hombro.
-No te preocupes –Dijo Einar-. Te lo prometo, todo va a salir bi…
Pero se desmayó.
Habían pasado un par de semanas, Vin apenas se había alejado del convento, aún estaba asustada, aunque ya mucho menos.
Aquella tarde había salido a pasear por el bosque. Una vez terminadas sus tareas en el convento le apetecía salir a pasear, con un cesto bajo el brazo, para recoger flores o la fruta que pudiera encontrar.
Después de un par de horas, se dio media vuelta, se había entretenido más de lo normal, pero tenía la cesta llena de setas, flores y fruta, y estaba muy contenta por ello. Aunque en el cielo ya se veía el atardecer, y si no se daba prisa preocuparía a las hermanas, así que aligeró el paso.
Sabia que ya estaba cerca, en apenas veinte minutos llegaría, a ratos casi podía ver el campanario, y el humo de la cocina, aunque parecía que había mucho humo.
Por sorpresa, un hombre le salió al paso de entre unos árboles. Tenía el pelo corto y peinado hacia atrás, vestía una armadura sencilla, tenía una espada al cinto, un pequeño saco al hombro, y vestía la librea con el emblema de los inquisidores.
-Hola pequeña ¿Qué tal estas? –Dijo con tono amable y sonriendo-.
Un escalofrío le recorrió la espalda, la sonrisa de aquel hombre era perturbadora.
-¿No sabrás de una niña que parece ser que vive en el convento que aquí cerca, y que parece ser que obra milagros?
-N n no… -Dijo temblando-.
-¿Segura? –Dijo acercándose unos pasos-. Yo diría que tú vives en él, tal vez hasta la conoces.
Vin estaba sin habla, aterrada.
-Creo que hoy es mi día de suerte –Dijo arrodillándose delante de Vin-. Por qué un pajarito me ha dicho que sí que eres tú.
El hombre se descolgó el saco del hombro y lo abrió delante de ella. Dentro se encontró unos ojos azules como el zafiro pero apagados mirándola, y una mandíbula desencajada por el error, todo ello enmarcado por cabellos cobrizos.
Vin entró en pánico, sus manos se iluminaron con una luz potentísima y cegadora.
-¡Mis ojos! –Grito el hombre cegado y cayendo al suelo-. ¡Maldita niña! ¡Te atrapare, voy a desollarte viva!
Vin corrió como nunca había corrido, no podía ni gritar de lo asustada que estaba, estaba tan alterada que no veía apenas por donde iba. Tropezaba, se chocaba, pero siguió corriendo hasta que dejo de oír los gritos del hombre.
El convento se alzó ante ella al salir del bosque, en llamas, podía ver por los ventanales como las llamas devoraban el edificio y salió corriendo en busca de alguien.
-¡Hermanas! ¡Hermanas! –Gritó-.
Cuando llego a la parte delantera del edificio, se le cayó el alma a los pies, desesperanzada se lanzó al suelo a llorar. Los cuerpos de algunas de sus hermanas, Brace entre ellas, se encontraban en el suelo, horriblemente asesinadas.
Se levantó de suelo, con los ojos anegados de lágrimas, al oír a alguien venir corriendo hacia ella. Era el inquisidor, que corría hacia ella con la rabia reflejada en sus ojos.
Instintivamente, Vin alzó una mano, el miedo, la rabia, la tristeza, todo ello actuó por su cuenta, un haz de luz salió de su mano alcanzando al hombre en la cara, y dejándole inconsciente en el suelo.
Vin empezó a correr, y nunca paró.
Se despertó con el sonido del árbol al caer, un estruendo amortiguado por las hojas del mismo.
Estaba débil y dolorida, y le costó horrores incorporarse, aun con la ayuda de Einar, Ban también estaba allí, y parecía que Wulffrith y Mizuka se habían encargado de lidiar con el árbol.
Einar le había vendado y cosido un poco las heridas, pero eran muy grandes y aun sangraban algo. Se llevó las manos hasta ellas y comenzó a sanarse, poco a poco se encontraba mejor, aunque eran graves y tardaría un buen rato.
El brillo de sus manos casi se reflejaba en los ojos de Rithiam, que no dejaba de mirarla maravillado.
Wulffrith y Mizuka fueron a donde estaban ellos corriendo.
-¿Cómo se encuentra Vin? –Preguntó Mizuka preocupada-.
-Bien –Dijo Einar-. Ya mejor, se está curando ella misma.
-Bendita magia –Dijo Wulffrith-.
-No, bendita no –Dijo Vin dolorida aun-. ¿Qué habéis encontrado?
-Esto –Dijo Wulffrith alzando una mano-.
En ella había un pequeño cristal, con forma irregular, de color verde. Extendió la mano, para mostrarlo y que lo vieran todos. De pronto el cristal salió lanzado hacia Rithiam, y se incrustó en la anilla dorada que había encontrado entre los restos del golem de la isla flotante, que llevaba colgada al cinturón.
Rithiam cogió la anilla ornamentada, y ahora de ella pendía el cristal con una diminuta cadena dorada.