11. Oscuridad y miedo
Una vez fuera del laberinto, no les quedaba otra que cruzar el lago, recoger el campamento y seguir con su camino en la dirección indicada.
Esta vez la brújula les llevó lejos. Estuvieron casi una semana en movimiento, iban todo lo rápido que podían ir sus monturas, y paraban lo justo para descansar, dormir y reponer su comida o agua cuando podían.
Una cuestión que se plantearon durante el camino es si los días y las noches duraban lo mismo que en Gaia, habían perdido un poco la noción del tiempo, todo parecía muy irreal en ese mundo, habían estado unas pocas semanas allí, pero se sentían como mucho más tiempo, muchísimo más.
Avanzaron tanto que el bosque empezó a aclarar, lo que parecía una jungla interminable paso a ser un bosque con los arboles bastante repartidos, en realidad, parecía que según avanzaban hacia donde apuntaba la brújula, los árboles y las plantas parecían estar cada vez más secos, marchitos.
Legado a un punto, apenas una hora después de darse cuenta de que hacía rato que no escuchaban nada más que el viento, ni animales, pájaros, ni nada, incluso sus monturas se negaron a seguir avanzando.
Parecía que tenían miedo, y por más que lo intentaran, no daban un paso más, así que no les quedó más opción que desmontar, coger sus armas y mochilas, y seguir el camino a pie.
El ambiente comenzaba a espesarse, notaban el aire algo viciado según avanzaban, había niebla por todas partes, no muy espesa, pero si lo suficiente como para sentir que el ambiente les oprimía, sentían la humedad y la pesadez del aire.
Empezaban a sentirse muy incomodos, algo no iba bien.
Se juntaron un poco más, algunos comprobaron sus armas y equipo, solo por si acaso.
El entorno se volvía cada vez más tenebroso, empezaban a estar todos muy tensos, y ninguno vio la figura que se movía en las sombras.
-Debería adelantarme un poco a ver que tenemos de frente –Dijo Mizuka-. No veo un palmo más allá de mi nariz.
-Es peligroso Mizuka –Dijo Wulffrith agarrando la mano de Rithiam en previsión a lo que pudiera hacer-. Precisamente porque no sabemos que tenemos delante.
-Soy la que puede ir más rápido y volver si hace falta –Dijo tajantemente-. Así que voy a ir, vosotros quedaos aquí y esperadme.
Mizuka se lanzó corriendo hacia el frente, silenciosa como ella sola, para vislumbrar lo que sea que tuvieran delante.
Pasaron los minutos, y la chica empezó a entrever en la niebla un leve resplandor rojizo, no sabía de qué se podía tratar, así que siguió un poco más.
Entonces, por el rabillo del ojo, vio pasar una figura oscura en sentido contrario al suyo asombrosamente rápido. Algo iba mal, fuera lo que fuese eso, iba a por sus compañeros.
Allí donde les había dejado, el resto del grupo se encontraba esperando y descansando, cuando de pronto, como si un telón cayera sobre ellos, la oscuridad comenzó a envolverles por todas partes hasta que apenas podían ver nada.
-¿Qué ocurre? –Dijo Einar mientras todos se levantaban-.
-No puede ser –Dijo Ban con voz temblorosa y los ojos abiertos como platos-. No puedo ver.
-¿Cómo que no puedes ver? –Dijo Einar-. ¿Cómo no vas a ver?
-Veo oscuridad –Dijo Ban-. Es imposible, debe ser cosa de magia.
-Tiene razón –Dijo Vin algo nerviosa-. Llevo notándolo hace rato ya, la niebla, la oscuridad, todo los está provocando algún conjuro.
-Vale –Dijo Einar-. Preparaos, no sabemos que o quien está causando esto, pero vamos a dar por sentado que no es amigo.
De improviso, una especie de oleada de frio les golpeó, no fue muy fuerte, pero si les hizo estremecerse y que un temblor les recorriera todos los huesos, y no era por frio, era miedo. Un miedo irracional y primitivo que les inundaba.
De algún modo, ni ellos mismos supieron cómo, Vin y Einar lograron resistirse al miedo y mantener la templanza.
Mientras tanto, Rithiam sollozaba en el suelo llamando a su madre, y Ban había caído al suelo de rodillas cubriéndose la cabeza.
-¡No! ¡no! –Gritaba Wulffrith llevando la mano a la espada-. ¡Migrim! ¡Ruthegar! ¡No!
-¿Qué está ocurriendo? Dijo Einar-.
-¡Es magia! Alguien está usando un conjuro para confundirnos –Respondió Vin-. Nos quiere fuera de juego.
-Pues hay que hacer algo, y rápido –Dijo-. Ban esta para el arrastre, y Wulffrith se está volviendo loco.
-Vale, está bien –Dijo Vin deteniéndose un instante-. Déjame pensar en algo.
Vin abrió las palmas de las manos, iluminadas por una tibia luz dorada que se fue expandiendo hasta formar una pequeña cúpula a su alrededor.
-Dejadme ayudaros –Comenzó a decirles Vin acercándose-. Puedo liberaros del hechizo.
Se acercó a Rithiam y Ban, que estaban en el suelo, y puso una mano sobre cada uno de ellos. Rithiam dejo se llorar, y la expresión de ambos empezó a suavizarse, como si llevaran mucho tiempo aguantando el aire y por fin pudieran respirar tranquilos.
…todo el pueblo estaba en llamas… y frente al porche de su casa… su mujer y su hijo…
-¡Wulffrith! –Gritaba Vin desesperada-. Déjame ayudarte.
Le caía un hilo de sangre de la ceja, Wulffrith, fuera de sí, la había golpeado cuando se había acercado, Einar había desenvainado su espada y se había puesto delante de Vin, e intentaba tranquilizarle también. Rithiam y Ban ya estaban en pie, detrás de ellos observando la escena, aun confusos por lo ocurrido.
Mizuka seguía corriendo todo lo que podía, tenía que llegar ve vuelta a sus compañeros, lo que sea que hubiera visto, la había dejado atrás muy rápido y ya no lo veía, pero iba en la dirección en la que se encontraba el grupo.
Detrás de Rithiam y Ban, nadie lo vio, pero surgió una figura, una criatura con forma parecida a la humana, pero muy alta, con los brazos demasiado largos. Se acercó un poco más, y vio lo que había estado buscando, los cristales, brillando colgados del cinturón de aquel niño.
Wulffrith seguía descontrolado, el conjuro le había afectado y se había vuelto loco y se revolvía como una bestia. Y entonces se dio cuenta, detrás de todos, detrás de Vi, Einar y Ban, estaba Rithiam, solo, y aquella cosa se le acercaba.
Aquella cosa era siniestra, tenía la piel oscura como la brea, que se pegaba a sus delgados músculos casi marcando los huesos. Los dedos eran largos acabados en relucientes garras, afiladas, aunque no tanto como lo parecían sus dientes, colocados en fila formando una horrible sonrisa. Lo más perturbador era su cabeza, no tenía ojos, sino una capa de hueso negro que la cubría entera salvo la boca, y de cuyos laterales surgían dos cuernos.
No pudo hacer nada, no tuvo tiempo de reaccionar. Vio impotente como levantaba la mano y la descargaba sobre la cabeza de Rithiam.
El niño cayó al suelo como un muñeco de trapo, con media cara cubierta de sangre.
-¡NOOOOOOOOOO! –Wulffrith estalló en un grito de rabia-.
Entonces, algo que llevaba encerrado en el muchos años se desató de nuevo. Con el grito, se le inyectaron los ojos en sangre, de uno de ellos incluso comenzó a caer una lagrima roja, igual que de su nariz caía un hilo de sangre.
Y salió corriendo para masacrar a aquella cosa.
…todo ardía.
Acababa de volver del pueblo vecino, llevaba todo el día comprando materiales y vendiendo productos, era herrero, había sido una buena jornada, y volvía a casa con el bolsillo lleno de dinero y el saco lleno de material para más encargos.
Pero al subir a la colina que separaba ambos pueblos, pudo ver a lo lejos, tras el bosque, donde estaba su pueblo, como varias columnas de humo ascendía convirtiéndose en una sola, un gigantesco aviso de la desgracia.
Soltó el saco sin apenas darse cuenta y salió corriendo como nunca en su vida.
Su espada estaba envuelta en llamas, que desgarraba y quemaba la carne de la criatura, chillaba muy agudo cuando la hería, y no iba a parar hasta matarla. Vin y Einar también luchaban contra el monstruo, aunque no le quitaban el ojo de encima a Wulffrith, que seguía enloquecido y sangraba en algunas partes, aunque no habían visto que lo hiriera.
Ban, por su parte, había podido percibir como la oscuridad y la niebla se habían disipado, no desaparecido del todo, pero tener a aquella bestia ocupada parecía que había aflojado los efectos del conjuro. Pudo ver en la distancia un resplandor rojo, como una gran hoguera en la distancia, pero sin los matices anaranjados del fuego, solo una enorme masa luminosa de color carmesí.
Supo que era lo que estaban buscando, tenía que ser eso, si era uno de esos cristales, tal vez si lo cogía acabaría con la criatura o con los efectos de su magia. Salió corriendo para intentar cogerla y ayudar, estando el resto peleando a tan corta distancia con esa cosa, su arco sería inútil en el mejor de los casos.
Todo estaba envuelto en llamas, los graneros, las casas, los comercios de sus vecinos. Podía oír el fuego, como crepitaba, como algunas maderas cedían y se rompían, pero lo peor era que no oía nada más, ni un animal, ni una persona gritando o pidiendo ayuda.
Paró de correr un momento, tratando de asimilar lo que pasaba, pero volvió a correr enseguida, tenía que llegar a su casa.
La puerta estaba destrozada, y los edificios de esa zona llevaban menos tiempo ardiendo que el resto.
Entro tumbando los pocos restos que quedaban de la puerta y llamando a su familia.
– ¡Migrim! ¡Ruthegar! Ruthy hijo, ¿Dónde estáis?
Empezó a buscar por la casa, mirando en cada esquina de cada habitación, cada armario, debajo de cada cama, pero no los vio.
Entonces, en el pasillo que conducía hacia la parcela trasera de la casa, y vio un tremendo charco de sangre, y continuando por el pasillo, un rastro que salía de la casa.
Avanzó por el pasillo, con la ansiedad y el miedo saliéndole por todas partes. Y comenzó a escuchar a dos personas en el patio de detrás de la casa.
-Tibor, esto no está bien –Escucho de una voz-. ¿Por esto es por lo que se supone que hemos venido? ¿Hacía falta matar a toda esta gente?
-Era necesario –Contestó otra persona-. Te dije que haría falta un empujón para despertar el poder que llevaba latente durante siglos.
-Pero no me dijiste que ese empujón seria sacrificar a tantas personas –Le acusó la primera vez-. Nosotros no actuamos así.
Wulffrith se asomó a la puerta, y pudo ver cómo había dos hombres discutiendo, vestía una armadura blanca, en la que pudo entrever alguna cruz de color rojo. Estaban delante de un gran socavón que había excavado en el jardín.
Parecían estar en medio de una discusión muy acalorada, y a sus pies, entonces lo vio.
Con el movimiento del fuego de los alrededores no había podido verlo bien hasta ahora, pero ahí estaba, vio la cara de su mujer, la sombra de los rizos de su pelirroja melena dejaban medio cubierta la expresión desencajada de terror y dolor que tenía su rostro.
El alma se le cayó a los pies. Entre los brazos de su mujer, apretado protegiéndolo contra su pecho, pudo reconocer a su hijo. Pero con una tremenda mancha color rojo oscuro que se extendía por la espalda de su camisa.
No habían tenido piedad, habían buscado algo que había enterrado en la parcela, y una vez encontrado había atravesado a Migrim y a Ruthegar para matarlos.
Algo se rompió dentro de él. Salió corriendo dispuesto a acabar con ellos con sus propias manos, los ojos llenos de lágrimas comenzaban a alcanzar un matiz rojizo.
-¡Aaaaaah! –Lanzó un grito desgarrador contra las personas que habían acabado con su mundo-.
Uno de aquellos hombres, al verle avanzar, alzó una mano. Wulffrith se dio de pronto contras alguna especie de muro invisible. Pudo ver entonces la cara, la expresión de los ojos de aquel hombre, rostro que se le grabaría a fuego en la memoria para siempre. Entonces, las llamas de los alrededores comenzaron a arremolinarse y se condensaron en una columna que cayó sobre el abrasándolo.
El mismo hombre que parecía haber provocado eso, se sujetó el índice con el pulgar, y con el mismo gesto que harías si quisieras golpear una mosca, provocó una onda expansiva que golpeo a Wulffrith en el pecho sacándole todo el aire y lanzándole contra un muro de la casa, que debilitado ya por el fuego se derrumbó sobre él.
-Tibor detente –Dijo el otro hombre que le acompañaba-. Ya ha sido suficiente.
-No, yo diré cuando ha sido suficiente –Dijo desenvainando su espada-.
Con un gesto fugaz lazó su espada contra el pecho del otro hombre, alzándole por encima de su cabeza mientras la sangre brotaba de su pecho y chorreaba desde el mango de la espada, hacia sui brazo y el suelo.
Le mantuvo en el aire un par de segundos antes de dejarle caer al suelo.
Para cuando Wulffrith recuperó el conocimiento, todo había sido reducido a cenizas, tenía todo el cuerpo agarrotado y dolorido, y un dolor lacerante le cubría parte del rostro.
Enterró los restos de su mujer y su hijo en el agujero que habían excavado en el jardín y se marchó.
Wulffrith seguía peleando con aquella criatura de piel oscura que había atacado a Rithiam.
De pronto, apareció Mizuka de la nada, que cogió a la criatura desprevenida por la espalda, y con una de las dagas, de un solo corte, rebanó la cabeza de la criatura.
Se desplomó sobre el suelo, emanando una niebla oscura y pestilente.
-Bueno –Dijo Einar-. ¿Se ha acabado ya?
Pero no se había acabado, Wulffrith, después de emprenderla a golpes con el cadáver de aquella cosa, se levantó, casi completamente cubierto de sangre, y se encaró contra Einar.
Se lanzó contra el con la espada en alto y la mirada cargada de rabia.
Einar trató de rechazarle y parar sus golpes, y de dialogar, pero seguía fuera de sí, y no pudo evitar que durante la refriega, en la que ni Vin ni Mizuka pudieron hacer mucho para intervenir, salir herido y llevarse un par de cortes de aspecto bastante feo.
No fue hasta pasados unos tensos instantes de lucha que Wulffrith pareció controlarse, y cayó al suelo semiinconsciente.
-¡Rapido, Rithiam! –Grito Einar intentando tapar un corte en el brazo-.
Corrió hacia el niño, le incorporó del suelo, comprobó su pulso y respiración, y comprobó que la sangre que tenía en la cara venia de un par de cortes en la cabeza, poco profundos pero largos, aun así de poca importancia, las heridas del cuero cabelludo siempre sangraban mucho.
Mojo un trozo de tela con el agua de su cantimplora, y comenzó a limpiarle la sangre y a llamarle para intentar conseguir alguna respuesta.
Rithiam abrió los ojos poco a poco, como si se despertara de un mal sueño, siendo poco a poco consciente de lo que había pasado y de que Einar le había ayudado.
-¿Qué ha pasado? –Preguntó.
-No te preocupes por eso chico –Dijo Einar-. Parece que ya se ha terminado todo.
Rithiam metió la mano en uno de los bolsillos de su capa, y saco una pequeña moneda de oro.
-Toma –Dijo ofreciéndosela a Einar y sonriendo-. Es tuya, te la cogí en el barco, gracias por ayudarme.